En la parábola del Padre de los dos hijos pródigos, Lucas 15, 1-32, el hijo mayor que rechaza la bondad de su padre con el hijo pródigo, pintó Jesús a sus adversarios. "Las quejas del hijo, mayor, son el centro de la parábola”. En la respuesta del padre al hijo mayor, hay una lección de amor fraterno. No sólo debemos gozarnos de que Dios nos haya perdonado; también hemos de regocijarnos de que igualmente perdona a nuestros hermanos. Caridad, no envidia, comprensión, no miras interesadas y egoístas. El corazón del padre está muy encima del corazón del hermano... Y Dios es Padre. El hermano habla con la razón y el padre obra y habla con el corazón.
No juzguéis y no seréis juzgados. (Lc 6,36-38). El amor es comprensivo (1 Cor 13). Come con fariseos y publicanos. La Magdalena arrepentida, la preferida .Condenemos hechos, no personas. Antes del arrepentimiento Dios ha penetrado en las fibras del corazón: Tomar conciencia de pecado ya es una gracia, no nos engañemos y no queramos ver. Dios sacude inteligencia y corazón. Is. 54,7: Por un breve tiempo te abandoné, pero con gran ternura te acogí. En un arranque de furor te oculte mi rostro, pero con amor eterno te he compadecido.
El hijo menor es sanguíneo, espontáneo, libre, impulsivo, imprevisto apasionado, irresponsable, impresionable, noble, generoso, bueno, inconstante, más débil que malo, infantil e inmaduro. El pecado, como a Pedro, le hará madurar. Peca por loco más que por malo, pero peca. Hace sufrir por alocado, pero hace sufrir.
El hijo mayor es perfecto, derecho, exigente consigo y con los demás, trabajador, constante, justo, exactamente justo, no acepta medias tintas, las cosas para él son blancas o negras, no grises; actúa por deber, matemáticamente planifica su actuación, se puede contar con él, es responsable, tiene amigos, pero pocos y como él o dominados por él; es maduro, tiene en cuenta las fallas de los demás para no olvidarlas y exponerse; es fiel a los suyos, hasta cierto punto. Empuja la obra encomendada, si tienen faltas, procura no escandalizar; todo es, aparentemente, casi perfecto.
Si tiene todas esas cualidades, pero le falta el corazón y el Evangelio; pero no sabemos amar. Aroma de Evangelio, ternura, amor comprensivo; no sabe rezar el Padre nuestro, perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonarnos a nuestros deudores. No puede acoger a los que no son exactos o son débiles, o superficiales; no puede compartir con los de abajo porque les cree menos; y, con los de arriba, porque se muere de envidia... En realidad no sabe amar. El hijo mayor no sólo no es misericordioso, le molesta que los demás lo sean.
La gran enseñanza que nos la da la parábola, es que Dios es Padre. Decimos que Dios es nuestro Padre, y no nos llenamos de emoción. ¿Es verdad que Dios nos trae a la vida, y se llena de ternura con nosotros, y nos echa de menos cuando nos alejamos? ¿Es verdad que suspira por encontrarnos, que todos los días sale al camino para ver si en el horizonte al fin me ve a mí acercarme a su casa?
Dice San Agustín, ese hijo pródigo, hablando a Jesucrito: “Y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo”.
Recopilación y comentario
P. DOMINGO