María y Pentecostés

Maria es Madre de Jesús, Madre de Cristo, Madre de Dios, y Madre de todos nosotros, ya que es el mismo Jesús quien así lo proclama.


El día de Pentecostés, los Apóstoles estaban reunidos en oración con la Santísima Virgen Maria, cuya presencia es significativa para la Iglesia nacida del Costado de Cristo, quien recibiría ese día el poder santificador del Espíritu y a la vez, el poder que la capacitaba para lanzarse en la misión evangelizadora.


Así como María inicia la nueva historia de la salvación al adherirse con su libre y total sí, al plan del Padre; debía estar presente cuando esta historia se hace cuerpo con el nacimiento oficial de la Igles ia el día de Pentecostés, garantizando la nueva efusión del Espíritu Santo que da origen a la Iglesia del futuro.


No podía faltar su presencia porque en la economía de la gracia, actuada bajo la acción del Espíritu San to, se da la particular correspondencia entre el momento de la encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos momentos es: María en Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén.


En ambos casos su presencia discreta, pero esencial, indica el camino del "nacimiento del Espíritu". El Espíritu que colmó a María es el mismo Espíritu que invadió a la Iglesia naciente. En el nacimiento del Cristo histórico y en el nacimiento del Cristo místico, la presencia de María sigue teniendo un valor maternal.


La Iglesia era aún tierna, infante, y para esos momentos la presencia de la madre era indispensable, era algo tan natural y necesario, la presencia de la maternidad espiritual; ya no podía dar de nuevo a la luz a su Hijo; pero presenciaba activamente el nacimiento nuevo de Cristo en el parto de la Iglesia.


Maria en Pentecostés tiene un valor magisterial, ya que conservaba en su corazón todos los acontecimientos desde que entró a formar parte en el plan de Dios, proclamaría ante los Apóstoles su fe y les ayudaría a
comprender los misterios de su Hijo.


Otro motivo de la presencia de Maria en el cenáculo se da, porque Ella es un paradigma y a la vez un estimulo de cómo se colabora en la obra de Jesús por los vínculos familiares y sobre todo por el vinculo de la fe.
Ella conforta, fortalece, anima e impulsa a continuar la obra de su Hijo. El mismo Espíritu que había preparado y transformado a María, ahora prepara, transforma y renueva a la Iglesia de la p rim era com unidad.


La actitud de María con respecto a la moción del Espíritu Santo, expresado en el día de la Anunciación y mantenido a lo largo de su existencia terrena en fidelidad y docilidad a la vez que libertad nos proponen el modelo perfecto de santidad.


La iglesia, como María, es al mismo tiempo madre, pues engendra a los hijos de Dios y virgen, al conservar las virtudes teologales íntegras.
La presencia de María recordaba a los discípulos la presencia viva de su Maestro.
Por todo esto en toda comunidad cristiana, animada por el Espíritu, debe estar presente María. Por tanto María es el corazón de la Iglesia.


Por Layla Chambi y David Pezo