Cuando Cristo Resucitado asciende a los cielos no queda la humanidad sin la protección infinita de Dios, ya que desciende entonces el Espíritu Santo en la fiesta de Pentecostés.
"Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar, de repente vino del cielo una violenta ráfaga de viento que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos.
Todos quedaron llenos del Espíritu Santo" (Hechos 2, 1- 3).
Concedió, así el Espíritu Santo los dones y carismas a los apóstoles y a la Virgen María.
Teóricamente esos dones son 7 pero escudriñando la vida de los Santos encontramos muchísimos más.
En esta página nos ocuparemos del Don de Ciencia; diremos entonces que la ciencia humana se caracteriza por afianzar conceptos producto de investigaciones deductivas partiendo de un hecho natural u objetivo a este proceso se llama rigor cien tífico.
El Don de Ciencia que proviene del Espíritu Santo viene y va hacia Dios perfeccionando la fe que debemos transmitir a los demás como el mejor servicio que se puede prestar a los hombres (Juan Pablo 11).
Esta ciencia no necesita probanza ni rigor científico, se basa en sus vehículos verdaderos de la fe y el amor infinito de Dios y en Dios; luz que permite conocer por ejemplo la verdad de la creatura, verdad que inspiró a San Francisco cuando se refiere: al hermano Sol y a la hermana Luna,
hermanándose con la creatura de Dios.
Asimismo ese don de ciencia espontáneo y sin necesidad de rigor científico en sus verdades inspiró a la Santa Sor Teresa de Calcuta, quien reconoció a través de la ciencia del Espíritu Santo que si Dios estaba en su cabeza, en sus ojos, en su mirada y en su final, transmitiría durante toda su vida las verdades de la fe y el amor de Dios por la humanidad.
Si comprendemos esto tomaremos sentido de su oración preferida.
Que Dios esté
en mi cabeza y en mi
entendimiento.
Que Dios esté en mis
labios y en mi palabra.
Que Dios esté en mis ojos
Y en mi mirada.
Que Dios esté en mi final
Y en mi partida.
¿No estuvo esta Santa a caso a la altura de los más reputados
científicos con este espontáneo descubrimiento?
Por: Miguel Angel