Es el libro de los Hechos de los Apóstoles, que habla de Pentecostés: el episodio más importante en la historia de la Iglesia, es decir, su nacimiento, al soplo del Espíritu.
Lo que, sí, encontramos en el evangelio de Lucas - el apóstol que escribió los Hechos - es la promesa consoladora de Jesús, antes de subir al Cielo: "Voy a enviar sobre ustedes al que mi Padre prom etió. Por eso quédense en la ciudad hasta que hayan sido revestidos de la fuerza que viene de lo alto"
(Le. 24,49).
Así fue. Los Apóstoles - narran los Hechos - después de la Ascensión de
Jesús, ''volvieron a Jerusalén desde el monte de los Olivos ... subieron a la habitación donde vivían ... y todos perseveraban en la oración con un mismo espíritu, en compañía de María, la Madre de Jesús ... (IIch. 1,12-14)
Fue ésta la primera "novena de preparación" a la venida del Espíritu Santo. Una preparación que se repite todos los años, antes de Pentecostés, porque
todos sentimos la necesidad y el deber de celebrar el aniversario del nacimiento de la Iglesia, nuestra Madre y, al mismo tiempo, nuestro nacimiento a la fe, renovando nu estro compromiso de fidelidad al Espíritu e invocando su luz y su fuerza, para crecer en nuestra vida cristiana.
Pero, no debemos olvidar que el Espíritu Santo no actúa sólo en Pentecostés.
Él sopla siempre y en todo lugar, como el viento - explicaba Jesús a Nicodemo (Jn. 3,8). Por eso, debemos tener siempre abierta nuestra mente y nuestro
corazón, para recibir su soplo de vida.
El mismo día de la Resurrección - narra hoy el evangelista San Juan - hubo una importante efusión del Espíritu sobre los apóstoles, de parte de Jesús.
Después de haber repetido dos veces: ''La paz esté con ustedes", sopló sobre ellos, diciendo: ''Reciban el Espíritu Santo; a quienes ustedes perdonen los
pecados, les quedan perdonados" (Jn. 20,23).
Con estas palabras, Jesús expresa claramente el efecto propio de toda efusión del Espíritu Santo: la "santificación, es decir, la liberación del pecado. Toda
predicación de Jesús nos invita a eso; y su inmolación en la Cruz nos merece esta gracia.
Es ésta la decisión que debemos tomar en Pentecostés: vivir nuestra "renovación en el Espíritu", que es corno un nuevo nacimiento, como dijo Jesús a Nicodemo: "Nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo
de arriba" (Jn.3, 3)
A este nuevo nacimiento nos hemos esforzado de prepararnos du rante el tiempo p ascual, para vivir hoy nuestro Pentecostés. Y debemos seguir invocando al Espíritu, para que nos ayude a vivir siempre más intensamente nuestra vida "espiritual": El maravilloso himno de la liturgia de hoy nos ofrece
las palabras más luminosas e "inspiradas":
"VEN, ESPÍRITU DIVINO, MANDA TU LUZ DESDE EL CIELO ... "
Por: Padre Alfio Giorgi