COMPARTIENDO 66

Me daba temor una revista sobre la Eucaristía. Hay una poesía, dedicada a la Inmaculada, del poeta español  Gabriel y Galán que dice entre otras cosas:


El gran himno de María
no lo rima ni lo canta
miel de humana poesía
ni voz de humana garganta.



Mucho más sucede cuando se quiere hablar de la Eucaristía, por el estupor de la presencia divina, del sacrificio, del sacramento, del misterio, del amor de Dios al hombre. Juan Pablo II, habló de  “conmoción” eucarística, la admiración que debemos tener cuando contemplamos el sacramento. La Eucaristía abruma por el misterio, pero he aprendido que no debemos dar tanto tiempo a lo incomprensible sino al amor que se entrega sin medida. Lo mejor es Sumergirnos en Cristo y gozar de su presencia.

En 1264, cuando el Papa Urbano IV declaró el Corpus Christi como una festividad de la Iglesia, este encargó a Santo Tomás que escribiera las oraciones oficiales para la fiesta. Tomás escribió himnos que todavía entonamos el Jueves Santo y rezamos ante el Santísimo, como son el Panis Angelicus, Pange Lingua, Adoro Te devote, O Salutaris Hostia, O sacrum convivium. Traducimos este último: 



"¡Oh sagrado banquete,
en el que se recibe al mismo Cristo,
se renueva la memoria de su pasión,
el alma se llena de gracia
y se nos da en prenda de la gloria futura".


También el maravilloso: ¨El Verbo hecho carne con su palabra, convierte el pan en su su carne, y el vino puro se convierte en la sangre de Cristo. Y aunque fallan los sentidos, basta la sola fe para confirmar al corazón recto en esa verdad.¨

Aprendí cuando estudiaba Teología que todas las clases y lecturas, discusiones y explicaciones sobre la Eucaristía valen poco en comparación de unas rodillas que se doblan y un corazón que agradece, y un alma que se sumerge ante la hostia consagrada.

Me quedo con las oraciones que aprendimos de niño, inaguanables en sencillez y espiritualidad: Yo quisiera, Señor, recibirte con aquella pureza, humildad y devoción con que te recibió tu santísima Madre; con el espíritu y fervor de los santos. O bien: Jesús mío creo firmemente que estás en el santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo tenerte en mi alma. Ya que ahora no puedo recibirte sacramentalmenle, ven espiritualmente a mi corazón. Como si ya hubieses venido, te abrazo y me uno a ti: no permitas que me aparte de ti. Creo que todo lo demás es menos.

P. Francisco Domingo