Varios elementos esenciales del Cristianismo – como la fe en un Dios único o el mandamiento del amor - los encontramos también en otras grandes religiones.
Los judíos, por ejemplo, los musulmanes, los indúes comparten con nosotros estos valores.
Lo que caracteriza la fe de la Iglesia Católica es lo que afirma Jesús en el evangelio : que Él es el Pan de Vida.
Una afirmación clara, precisa, repetida, para que todos entiendan lo que es el centro de nuestra fe. Una afirmación que implica consecuencias… vitales : éste es el núcleo de todo el discurso de Jesús sobre la Eucaristía: “Quien come de este Pan vivirá para siempre” y “el Pan que yo daré es mi carne y la daré para la vida del mundo”.
Es decir: Cristo, el Hijo de Dios, ha asumido nuestra carne humana para poder entregar su vida para la salvación del mundo, y ese mismo cuerpo se ha quedado entre nosotros en la Eucaristía, para alimentar nuestra vida cristiana.
¡Claro como la luz! Pero, para los incrédulos de ayer y de hoy, Jesús recalca: “Es verdad lo que les digo: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen la vida en ustedes” mientras: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.
Y vuelve a insistir: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en Él”.
Añade una comparación sublime: “Como yo vivo por el Padre, así quien me come tendrá de mi la vida”. Es decir, compara nuestra unión “eucarística” con su unión “hipostática” con el Padre. Una afirmación que debería suscitar en nosotros una verdadera hambre de la Eucaristía, como la sentían los Santos.
Concluye Jesús su discurso repitiendo una vez más la afirmación más bella y más consoladora de toda la Biblia: “El que coma de este Pan vivirá para siempre.
Es lo que desea el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios: vivir para siempre, con Dios, en su Casa, y no sólo en las angustias de este mundo.
Pero, hay que fijarse bien en las palabras de Jesús, que no dice simplemente: “el que cree en el Pan de Vida” o “el que invoca o adora el Pan de Vida” esto sería insuficiente. Afirma y repite que este Pan divino es para “comerlo”, sólo así alimenta, fortalece y perpetúa nuestra vida divina.
Los primeros cristianos entendieron muy bien el tesoro que el Señor había dejado a sus discípulos, y desde el comienzo aprendieron a reunirse precisamente para esto: para la “fracción del Pan” , preparada por la oración y la meditación de la Palabra.
Cierto, ya con la oración y la Palabra alimentamos nuestra mente y nuestro espíritu, para vivir unidos a Cristo; pero, la Eucaristía realiza una aspiración más profunda, la de todo ser que ama: formar un solo ser con la persona amada.
En efecto, cuando nos preparamos con fe y amor verdadero a la Comunión, sentimos que Cristo, Pan de Vida, se une íntimamente a nosotros, hasta el punto que podemos exclamar como el apóstol Pablo : “Ya no soy yo que vivo, es Cristo que vive en mí” .
P. Alfio Giorgi C.M.