Después de haber celebrado, durante el año litúrgico, los misterios de nuestra Redención, y después de haber meditado las innumerables pruebas de amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, la Iglesia nos invita en este domingo a dar solemnemente las gracias a la Santísima Trinidad, por su infinito amor hacia la humanidad.
Toda la liturgia de hoy es un himno entusiasta de alabanza y acción de gracias. Ya la antífona de entrada nos hace aclamar: “¡Bendito sea Dios Padre y su Hijo Unigénito y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros!”. Y el salmo responsorial nos hace repetir varias veces: “¡A ti gloria y alabanza por los siglos!”
El evangelista San Juan – el “místico” entre los apóstoles – nos invita a meditar el misterio fundamental de nuestra fe: el gesto de amor infinito de Dios Padre, “que tanto amó al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él”.
El “prefacio”, solemne y preciso, es al mismo tiempo una síntesis de nuestra fe y la expresión de nuestra adoración. Y las oraciones recalcan lo mismo.
La fiesta de la Santísima Trinidad debería sacudir la conciencia de tantos cristianos superficiales, que sólo saben suplicar con insistencia a los Santos, como si nuestra vida estuviera en sus manos. Esta devoción exagerada, en vez de ayudarnos a encontrarnos con Dios, puede crear a veces una cortina de humo, que nos hace perder de vista al Señor: Creador, Salvador y Santificador.
La Santísima Trinidad, compendio de nuestra fe, es el único y verdadero Dios, en tres personas iguales y distintas – nos enseña la Palabra de Dios y el Catecismo - : el Padre, Creador del universo, el Hijo, que se hizo hombre para salvarnos, y el Espíritu Santo, que ha venido como enviado del Padre y del Hijo para iluminarnos, fortalecernos, consolarnos, santificarnos y que sigue habitando en nosotros, transformados por la gracia del Bautismo en “templos del Espíritu Santo”.
Las tres divinas personas deben tener siempre el primer puesto en nuestras oraciones, en nuestra mente y en nuestro corazón. Esta espiritualidad “trinitaria” es la más segura, la más completa y … la más “cristiana”, ya que Cristo mismo nos la ha transmitido. Y, como siempre, es la Virgen María, nuestra Madre y Maestra, que se nos presenta como modelo, por su relación profunda con las tres personas de la Santísima Trinidad.
Cuando rezamos el Rosario, la felicitamos a nuestra Madre Santísima por estos “vínculos trinitarios” ; por eso el Santo Rosario es la oración predilecta de la Virgen, y debería ser también la oración predilecta de todos los cristianos, como compendio de nuestra fe.
¡Cuánta paz y cuánto gozo nos da el sentirnos ya desde ahora al centro de este círculo de amor: de Dios, Padre – Hijo y Espíritu Santo - junto con María, nuestra Madre!.
Nuestro propósito y nuestro esfuerzo debe ser de no salir nunca de este círculo, esforzándonos de mantenernos siempre… “en gracia de Dios”.
P. ALFIO GIORGI C.M.