La profecía es el SOS de una humanidad
injustamente maltratada.
Es el granero de la Palabra cuando la
cosecha es brutalmente insuficiente.
Es la carta no programada que Dios
tiene que jugar para impedir el
desastre que mataría su proyecto.
Hoy ser Profeta es apostar por la lucha
santa que nos devuelva la dignidad
de hombres y nuestra realidad de hermanos.
Esta lucha es escabrosamente incómoda
pues quien la sostiene ha de revestirse
de Amor, Paciencia y Fe sin límites.
Ser Profeta es trabajar sin descanso por
devolver a la humanidad el paraíso
perdido que dispuso Dios para todos.
Hoy el Evangelio exige a la Iglesia la
santificación de hombres pero no de
uno en uno sino todos juntos en la tarea,
incondicionales y desapercibidos en su labor.