Esta memoria se celebra el 22 de Julio, era proveniente de Magdala, ciudad del Oeste del Mar de Galilea y es de ahí que sale el nombre de Magdalena.
La historia de María Magdalena recuerda a todos una verdad fundamental: SER DISCIPULO DE CRISTO, quien en la experiencia de la debilidad humana ha tenido la humildad de pedir ayuda, ha sido curada por Jesús y le ha seguido de cerca, convirtiéndose en testigo de su amor misericordioso, que es más fuerte que el pecado y la muerte.
La misma mirada de amor que convirtió a Zaqueo, cayó sobre ella y desde aquel día experimentó el amor de Dios y con él, el perdón. Ella no cesó de dar muestras de gratitud. Fue San Gregorio Magno quien identificó a María con la mujer "pecadora" que buscó a Jesús en la casa del fariseo para lavar sus pies con sus lágrimas y enjugarlas con sus cabellos. Este gesto que escandalizó a los demás invitados a la cena, impulsó a Jesús a decir: "Sus pecados aunque sean muchos han sido perdonados, porque amo mucho" (Le. 7,47).
María Magdalena sigue siempre a Jesús, en su vida pública hasta los pies de la cruz. Su amor ardiente al Maestro se ve premiado el día de la Resurrección. Es la primera que llega al sepulcro de Jesús y llora desconsoladamente porque "se han llevado el cuerpo del Señor". Qué miedo debe haber sentido cuando descubrió el sepulcro vacio pero pronto se iba a encontrar con el Señor Resucitado.
Jesús se le aparece preguntándole por qué llora, pero ella no lo reconoce hasta que escucha que con la ternura de siempre la llama por su nombre "María" y hace de ella la primera testigo y mensajera de su resurrección.
Así como María tuvo un encuentro directo y personal con Jesús también nosotros podemos tenerlo cuando oramos con fe y humildad, también cuando lo recibimos en la Sagrada Eucaristia ya que nos habla directamente al corazón por medio del Espíritu Santo y así todos los días podemos escuchar a Jesús que nos llama por nuestro nombre.
La oración pues nos sirve para renovar e intensificar nuestra relación con Dios; si persistimos en ella comenzaremos a reconocer la presencia del Señor en frecuentes ocasiones y esta presencia divina nos irá guiando, como una luz brillante hacia una mayor profundidad de adoración y amor a Dios.
Tal como fue para María Magdalena que derrochó su perfume más valioso en Jesús, nosotros podemos postrarnos a los pies de Cristo, llorar por nuestros pecados y por los del mundo entero y entregar en manos del Señor todos nuestros tesoros.
¿Cuáles? Todos los que tenemos: reputación, seguridad, comodidad, etc. Todo aquello que sea valioso para nosotros, lo debemos poner a los pies de Jesús para adorar a nuestro Señor y Salvador.
La oración es un don que Dios nos da. No es algo que hagamos a favor de Él, sino que es un hermoso regalo que él nos concede cuando humildemente
buscamos su presencia.
Habiendo aprendido del ejemplo de María Magdalena busquemos a Jesús cada día hasta encontrarlo con el mismo amor que la impulsó a ella.
Por: Olga Pinedo