Para Jesús. no había lugares o momentos exclusivos para evangelizar, Él era la "Palabra", y cada vez que hablaba o actuaba, también "evangelizaba": sea en el templo o en la sinagoga; sea en la montaña o a la orílla del mar; sea durante un banquete o a la vera de un pozo; sea conversando con sus "amigos", los discípulos, o en encuentros ocasionales con desconocidos, como relata el evangelio de hoy.
Durante uno de sus viajes hacia Jerusalén - nos cuenta San Lucas - hizo varios de estos encuentros, que le sirvieron para explicarnos a todos las condiciones para ser sus verdaderos díscípulos.
El primer encuentro fue bastante triste y decepcionante para los apóstoles que acompañaban a Jesús: habían buscado alojamiento donde unos samaritanos, y fueren rechazados de malo modo, simplemente porque se dirigían a Jerusalén. Se sintieron llenos de cólera y quisieron invocar sobre ellos la maldición divina.
Pero, el Señor los "reprendlé", por su falta de paciencia y de humildad, haciéndoles así entender, a ellos y a todos nosotros, que ser sus discípulos implica aceptar el rechazo y el desprecio de parte de cuantos no aceptan la Palabra de Dios.
Más adelante, Jesús encontró una persona de buena voluntad, (un maestro de la ley - precisa Marcos), que se ofreció a ser su discípulo; y el Señor le puso una condición: aceptar el sacrificio y la renuncia a las comodidades: "El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza". Esta afirmación de Jesús tuvo que desanimar a esa buena persona, que ... desapareció.
Los otros dos encuentros que narra el evangelista Lucas fueron seguramente chocantes para los que escucharon el llamado personal de Jesús a seguirlo: el Señor les pedía la renuncia más difícil y más dolorosa: dejar a un lado a su familia. Y tampoco ellos supieron aceptar ese sacrificio heroico.
Jesús no les reprochó nada; sólo declaró tristemente: "El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios". Es decir: los que aceptan ser obreros en la viña del Señor, necesitan desligarse de todas las ataduras familiares que puedan obstaculizar su entrega total al servicio de todos los hermanos.
Por eso, los misioneros, que han escuchado el llamado del Señor, están dispuestos a dejar su patria, su pueblo, su familia, es decir, los seres y las cosas más queridas, para decirJe a Jesús: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad".
Dice Jesús en el evangelio: "No es digno de mí el que ama a su padre o a su madre más que a mí (Mt. 10,37). El Señor no condena nuestro amor santo hacia los que nos han dado la vida, sino que nos ofrece un amor infinitamente más grande, que incluye y eleva todo amor terreno. Y para los que lo aceptan, la recompensa es segura. A Pedro, que le preguntó: "A nosotros que lo dejamos todo y te seguimos, ¿qué nos espera?" , Jesús contestó : "Todo el que deja casa, hermanos, hermanas, padre. madre, hijos o propiedades, por amor de mi Nombre, recibirá cien veces lo que dejó y tendrá por herencia la vida eterna". (Mt. 19,29)
De verdad, cuesta seguir ti Cristo, pero ... vale la peña!
Por: P. Alfio Giorgi