LA “VERÓNICA” Y EL ROSTRO DE CRISTO

La “Verónica” es todo un símbolo de lo que sienten los cristianos por la Pasión de Cristo. No hay datos históricos de una persona con este nombre que se haya encontrado con Jesús, en su camino al Calvario; y tampoco se habla en el evangelio que Jesús haya dejado su imagen en algún sudario que haya tocado su rostro ensangrentado.


Pero, sí, es cierto e histórico, según los evangelios, que ese rostro conmovió una multitud de personas: “piadosas mujeres” y también hombres, como el Cirineo, el “buen ladrón” y el centurión romano.
Ese rostro desfigurado, que demuestra la ingratitud y la crueldad de los hombres que Cristo había venido a salvar, ha quedado grabado en el corazón de millones de cristianos, de todos los tiempos y lugares.
Esa mirada triste y apagada, que implora compasión, no puede dejarnos insensibles; no podemos olvidarla, la sentimos grabada en nuestra memoria y en nuestro corazón, y todos desearíamos cumplir el gesto de la Verónica, limpiando con nuestro amor ese rostro divino que hemos desfigurado con nuestro pecado.


En la Basílica de San Pedro, en Roma, se ha venerado por siglos el “Santo Sudario” que muestra la cara ensangrentada del Señor; y otra imagen de Cristo, grabada en la “Santa Sábana” que envolvió su cuerpo en el sepulcro, se venera en la Basílica de Superga, en Torino.
Estas imágenes grabadas en telas perecibles no podrán resistir al desgaste del tiempo; pero sí, se guardará imborrable, en el corazón de los cristianos, el recuerdo del martirio de Cristo, que nos ha salvado con su pasión y muerte.


La Iglesia muestra al mundo su sensibilidad y su nobleza reviviendo ese martirio de amor todos los años, en la “Semana Santa” , y todos los días, cuando celebra con tanta fe y con tanto amor el sacrificio redentor de Cristo, en la Santa Misa.
En estas celebraciones, deberíamos – los cristianos - grabar en nuestra mente el Rostro de Cristo, desfigurado por nuestros pecados, y guardar en nuestro corazón su amor apasionado que nos ha salvado.

Tantos Santos y Santas se han identificado con el Cristo sacrificado, hasta aceptar su misma pasión y muerte, con el sacrificio de toda su vida y hasta con el martirio. Y son numerosos los santos y santas “estigmatizados” que han experimentado sensiblemente, y hasta visiblemente, el dolor de las “santas llagas”. Basta recordar el más cercano: El Padre Pío, que bien podía decir con San Pablo: “Ya no soy yo que vivo, es Cristo que vive en mí”.


¡Ojalá pudiéramos repetir también nosotros lo mismo, en esta Semana Santa!

P. Alfio Giorgi