EL TRIDUO SACRO SE CELEBRA EN EL TEMPLO Y EN EL CORAZÓN

“Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe”. “Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres! ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron”. (I Corintios 15, 14,19 y 20). Este es nuestro punto de partida: Cristo vive.


Gálatas 4,4: ¨Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley.¨ La encarnación redentora como había dicho San Irineo. Había dicho el profeta Isaías 7:14: “Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”. Y comienza la gran aventura de Jesús y la nuestra. Sabíamos que Dios ama al hombre, pero no podíamos ni imaginarnos: “el estupor de la Encarnación, de la Cruz, de la Eucaristía”. La redención comienza en la encarnación en Nazaret y en la Eucaristía se actualiza cada día la misma redención.


Y comienza su vida pública. Y llama a los discípulos Juan 1, 36 – 41: Fijándose en Jesús que pasaba, dice el Bautista: “He ahí el Cordero de Dios.”…Los dos discípulos siguieron así a Jesús. Jesús… les dice: “¿Qué buscáis?” Ellos le respondieron: “Maestro” – “¿dónde vives?". Les respondió: “Venid y lo veréis.” Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima”. Así fue escogiendo, a dedo, a los doce apóstoles, ni tan maravillosos.


La vida de Jesús fue de lo más variada. Su persona, sus palabras, sus signos, (milagros). Se pueden contar 34 milagros de Jesús. Predicó 30 parábolas. Se presenta como pastor, viñador, pescador, padre de familia. Asistió a tres Pascuas según San Juan. Elige discípulos y apóstoles. Enseña, aclara y
discute. Calma la tempestad. Camina sobre las aguas. Multiplica panes y peces. Se transfigura. Proclama el matrimonio. Anuncia y vive el amor, la humildad, el perdón. Atrae a los niños. Cura a leprosos, paralíticos, y a ciegos. Convierte el agua en vino. Amigo de publicanos y pecadores. Perdona. Lava los pies. Expulsa a los hipócritas y ambiciosos del templo. Fuerte y tierno. Establece a la mujer en una dignidad igual al hombre. Amigo de prostitutas a las que reivindicó. Su amor, su perdón, su entrega y su humildad no son actos aislados, son su vida. Ese es Cristo.


Podíamos haber sido redimidos por Jesucristo con una palabra, un: “perdónales porque no saben lo que hacen”. Pero quería demostrarnos: “que la muestra mayor del amor es dar la vida por el amigo” (Juan 15,13). Juan 3,16: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único”. Dios crea, ama, busca, redime al hombre.


Apresado y condenado por religiosos y paganos. Siente en Getsemaní tedio, pavor, miedo, angustia, pánico. Negado, traicionado, abandonado por los suyos. Coronado de espinas. No quiere morir: “Pase de mí este cáliz y Dios mío por qué me has abandonado”. A Cristo le duele el dolor. El del cuerpo y más el del alma. Le duele morir. No quiere morir,…pero hágase tu voluntad…


El jueves santo, nos deja:
1) El mandamiento del amor.
2) La eucaristía.
3) El sacerdocio.
4) El sermón de la cena, del capítulo 13 al 17 de San Juan, es de lo más hermoso que se ha escrito: el lavatorio de los pies, la traición, la despedida, yo soy la vid, no son del mundo, la oración sacerdotal, la promesa del Espíritu,...

El viernes santo. Es más para contemplar. Su trono una cruz. Una de las conclusiones es que la Redención costó demasiado. ¨Cristo asume lo más podrido del hombre¨ (II Corintios 5,21: A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él…) y asume una muerte (Filipenses 2:8 y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz) sólo por amor infinito a Dios y a nosotros… Valemos mucho: la sangre de Jesucristo. “Conoce cristiano tu dignidad”, dice San León Magno.


Pero no todo culmina en el viernes Santo, no, sino en el Domingo de Resurrección. Y en los 52 domingos del año, celebramos su resurrección. Que lo digan, los guardias, María Magdalena, las mujeres, Pedro, Juan, los de Emaus, sin Tomás y con Tomás en el cenáculo, en Galilea, en Jerusalén, en el monte de la Ascensión…
I Cor. 15, 4 – 7: Y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Lucas 24, 50 51: “Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo”. Se había aparecido hasta en 14 oportunidades.


Jesucristo nos enseña con su persona, su ejemplo y su palabra, que somos creados y redimidos, por el mismo Dios que se manifiesta en Jesús. “Dios nos ha devuelto la inocencia”, enseña San Agustín. Somos peregrinos de la eternidad. Tenemos vocación de cielo. Hemos nacido no para morir sino para resucitar porque Cristo nos lo ha ganado. Lucas 23,:43: Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.»


Encarnación, nacimiento, vida, pasión, muerte, resurrección, glorificación. Jesús nos invita a unirnos a él, en la tierra y en el cielo. Gal, 8: y clamamos: ¡Abbá, Padre! y si hijos, también herederos por voluntad de Dios. No son teorías son vida, deben ser experiencia de Dios.


No debemos olvidar que la Semana Santa, el Triduo Sacro, se celebran en el altar y en el alma. Que son tiempos de gracia. Que somos libres para dejar a pasar a Jesucristo como curiosos, indiferentes, despectivos, o en pecado consciente. Todo depende de cada uno de nosotros. El Maestro quiere que no pase desapercibida la semana. Dios nos espera. Podemos vivir el misterio de Cristo a imagen de María: La primera, la más fiel y la mejor seguidora de Jesús.

P. Francisco Domingo