Hoy,
tiempo en que vivimos la cuaresma, me viene a la mente los recuerdos de las cuaresmas
vividas en mi familia y en mi comunidad parroquial en Pisco.
Recuerdo
que cuando escuchaba hablar de la cuaresma siempre lo relacionaba con el silencio,
con el dolor, con el duelo y hasta con el aburrimiento porque en mi casa el clima familiar
cambiaba. No se podía hacer mucha bulla, la radio y el televisor siempre
con el volumen bajo, y los viernes a comer pescado, algo que a mi hermana y a mí no nos gustaba mucho. La verdad es que no entendía por qué esas costumbres,
por qué teníamos que hacer todo
eso e incluso ir a misa para que el sacerdote nos marcara la
frente con ceniza, lo cual a veces incomodaba.
Mis
papás nos decían que todo eso era porque nos encontrábamos en el tiempo de
cuaresma, tiempo en el recordábamos los sufrimientos de nuestro Señor, tiempo
de penitencia y de arrepentimiento, de confesarse con frecuencia y de hacer
algunas penitencias y ayunos porque así lo mandaba la Iglesia. Nosotros, aún
sin entenderlo bien, no cuestionábamos esas prácticas religiosas y simplemente
las realizábamos porque "se tenían que cumplir".
Ya de
adolescente, cuando me integré a un grupo parroquial y me metí más de lleno a
la vida de la Iglesia, pude darme cuenta que todo lo que practicaba desde muy
niño en mi hogar en el tiempo de cuaresma, realmente tenía un sentido y no eran
ritos vacíos.
Pude
entender con mayor claridad que la cuaresma, si bien era un tiempo de recogimiento,
de meditación, de reconciliación y penitencia,
de acompañar a Cristo en su sufrimientos, también era un tiempo de gozo y esperanza,
un tiempo de preparación y de alegría, un tiempo para limpiar el corazón y toda
la vida siempre de cara a Dios.
Por eso, el ir a
misa el miércoles de ceniza y dejar que el sacerdote
marque mi frente y me diga: "conviértete y cree en el evangelio" o "polvo
eres y en polvo te convertirás", ya no era una costumbre más
ni, me incomodaba sino que al contrario,
me empujaba a meditar esas palabras, a reconocer que la vida del cristiano
es una constante conversión y eso porque cada vez
debemos tener más ansias de estar más cerca de
Dios, más cerca de aquel de quien salimos y
a quien volveremos al final de nuestras vidas.
El
asistir a los viacrucis ya no fue más una práctica "aburrida"
ni "llena de pesares" que no eran míos, sino que fueron oportunidades constantes
para compartir con Cristo su pasión y meditar todo lo que él hizo por mí y por cada uno
de mis hermanos y hermanas en la fe.
Cada
viacrucis era ocasión de amar y sentirme amado por aquél que me amó hasta el extremo y que, si bien, pasó por el camino de la cruz, también nos mostró la grandeza de Dios
y nuestra felicidad futura: la resurrección y la vida eterna.
Las
procesiones y todas las manifestaciones externas
que se vivía en mi comunidad parroquial pasaron de ser una simple muestra del
"folclor local" y "atractivo
turístico", a ser muestra de la verdadera devoción y sentir de todo
un pueblo que junto, a pesar de sus problemas y dificultades, camina
hacia Dios y con gozos y esperanzas manifiesta sus costumbres y tradiciones
como signos de la fe que profesa.
Ha
pasado el tiempo y mi familia 'sigue viviendo con mucho recogimiento
la cuaresma, pero ahora, con mayor comprensión de lo que
verdaderamente es: una oportunidad para acercarnos más a Dios y para purificar nuestras costumbres, nuestras
tradiciones, nuestras vidas.
Yo por mi parte, hoy más
que nunca agradezco a mis padres por haberme hecho vivir
desde muy niño con recogimiento este tiempo cuaresmal y a mi
comunidad parroquial por haberme ayudado a comprender mejor y a vivir mejor la cuaresma y así
ser un mejor cristiano que quiere compartir con Cristo su camino de cruz pero también de resurrección gozosa y eterna.
Por: Hno. Carlos Ramirez C.M.