Me han pedido escribir algo sobre la
Cuaresma de antaño.
Esencialmente, la Cuaresma ha sido siempre
y sigue siendo "tiempo de penitencia y tiempo de conversión y santificación".
Pero, lo que suele cambiar en la sociedad
es la interpretación y la vivencia de los principios.
Hace 60 ó 70 años, cuando yo era joven, la
Cuaresma era realmente un tiempo "fuerte": de austeridad, de oración,
de reflexión, de sacrificio, de mortificación auténtica; y todo esto gustaba,
en general, a los cristianos.
El ayuno y la abstinencia de que habla el
catecismo nos parecía una cosa normal, oportuna y conveniente, sea para la
salud del alma que del cuerpo.
Y nos ayudaban, cierto, las circunstancias
de tiempo y lugar; ya que, cuando yo era muchacho, hubo guerras, hambre y
restricciones de todo género, que nos acostumbraron a la abstinencia y a la
mortificación más severa.
La carne, en ese tiempo, "brillaba por
su ausencia" y escaseaba también el pan de cada día. Así que resultaba
fácil, en ese tiempo, vivir la Cuaresma en el sentido más estricto.
Las normas del Catecismo hablaban
claramente de esta obligación y de la manera de ponerla en práctica, según las circunstancias.
Así que había, como siempre, unas dispensas
en casos especiales, como para los enfermos y los ancianos. Pero, también en
estos casos, era frecuente y conmovedor el ejemplo de cumplimiento fiel y generoso.
Y esto debería ser lo normal. Ya que Cristo nos ha
enseñado el sacrificio, con su palabra y sobre todo con su vida de austeridad y
con su pasión y muerte.
En el evangelio leemos que, en cierta
ocasión, los discípulos se extrañaron al ver al Señor tan entregado a su
trabajo apostólico que se olvidaba también de comer; y se lo dijeron.
Y Jesús aclaró: "Tengo un pan que ustedes
no conocen". Se refería a su decisión de cumplir siempre la voluntad del
Padre.
Es esto que nos alimenta, nos fortalece y
nos da tanta paz: confiar en el amor de Dios, autor de todo bien, y aceptar la
cruz de todos los días, como hizo Jesús. Es ésta le mejor forma de vivir la Cuaresma,
hoy como antaño.
Por: P. Alfio Giorgi C.M.