LA EUCARISTIA MISTERIO DE FE Y DE AMOR AL HOMBRE

La fiesta del Corpus Christi, titular de nuestra parroquia no puede menos de sobresaltarnos de admiración por el misterio y por la cercanía. Así como en Belén nadie podía temer a un bebé, en la Misa, en el sagrario nadie puede temer al Dios oculto. Juan Pablo II diría "el estupor de la Eucaristía'.
Santo Tomás de Aquino (1224- 1274) italiano dominico, el mejor teólogo de la Iglesia, nos expresa con inmensa profundidad y piedad como él entendía la sagrada Eucaristía mas allá de lo que los ojos pueden ver de humano y de divino:


En la Cruz se escondía sólo la
Divinidad, pero aquí también se
esconde la humanidad;
creo y confieso ambas realidades,
pido lo que pidió el ladrón
arrepentido.


En la cima del fervor compara a Jesucristo cuando se da en alimento en la comunión, como el pelícano que abre su estómago para que se alimenten sus polluelos.


Señor Jesús, bondadoso pelícano, límpiame,
a mi indigno, con tu sangre.


La redención es un acto de entrega.
La sangre entregada por Cristo para que seamos liberados de la muerte y del pecado.


De la que una gota puede liberar
de los crímenes al mundo entero.


Adoración profunda y acto de fe en la presencia real de Jesús en la Eucaristía.


Te adoro con devoción, Divinidad
oculta, verdaderamente escondido
bajo estas apariencias.
A ti se somete mi corazón por
completo, y se rinde totalmente al
contemplarte.


Para Santo Tomás no importa que la inteligencia o la imaginación no entiendan el misterio. Basta oír a Cristo para creer, porque la palabra de Jesucristo vale más que mil razones y un millón de imaginaciones:


La vista, el tacto, el gusto, se
equivocan sobre ti, pero basta con
el oído para creer con firmeza.
Creo todo lo que ha dicho el
Hijo de Dios: nada es más cierto
que esta palabra de Verdad.


Jesucristo nunca miente y por su palabra estamos seguros de este misterio. Dios nos da la libertad para que cada uno cuide, conserve y aumente la fe en su presencia misteriosa pero real en forma de pan y vino. Piedad eucarística.
Comentario
P. Francisco Domingo