LA PALABRA VIENE DE LA BOCA DE DIOS

El mayor problema que tenemos los cristianos antiguos es que hemos escuchado muchas veces la Palabra. Tanto, tanto, que ya ha perdido en nosotros fuerza.

No nos impresiona, no nos llama la atención. Un no creyente vio por primera vez un crucifijo grande y se asustó. ¡Un hombre clavado en una cruz y una corona de espinas en la cabeza, desnudo, lleno de sangre el cuerpo, clavos en las manos y pies, otra herida en el costado con sangre coagulada!


Fue el principio de su conversión a la fe cristiana. El Cristo de la cruz le habló y escuchó.

Nos dice Santiago en su carta, capítulo primero, 23 Y 24: “Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos, porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra…”


Nosotros hemos visto el crucifijo demasiadas veces y nos parece una imagen necesaria, para la iglesia, para ponerla en la mesa si es de marfil, para ponerla al cuello… pero ya no nos dice nada. Tenemos dormida el alma para la Cruz y la Palabra.


La Palabra de Dios a fuerza de escucharla y no reaccionar es como una vacuna para no cambiar la mente y el corazón. Todos tenemos que pensar si somos piedras, o zarzas o tierra del camino que se pisotea. O tal vez si estamos dormidos. Dios es a veces un desconocido, aunque le escuchemos siempre y tal vez comulguemos. Tan desconocido que como cuentan de una trabajadora del hogar, que después de quince años no sabía el “patrón” que se llamaba Paula, porque la decía ¨chola¨ …¨eh tu¨… ¨chica¨…



Mi Palabra no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”. Isaías 10,11.

Escribe San Juan Crisóstomo:  «En la parábola del sembrador, Cristo nos enseña que su palabra se dirige a todos indistintamente. Del mismo modo, que el sembrador de la parábola no hace distinción entre los terrenos sino que siembra a los cuatro vientos, así el Señor no distingue entre el rico y el pobre, el sabio y el necio, el ¨tibio¨ y el ¨fervoroso¨, el valiente y el cobarde. Se dirige a todos». Pero Dios quiere respuesta, frutos, frutos buenos y abundantes.

Hay que escuchar y practicar. Oír y vivirlo.
Mateo en 10,23 dice: “aquel que oye la Palabra y la comprende, éste ciertamente dará fruto y producirá cien, sesenta o treinta veces más."


En la Iglesia se necesitan convertidos, convencidos, entregados, apóstoles, evangelizadores, discípulos de Cristo, misioneros, con piedad: “Virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión.”


P. Francisco Domingo C.M.