El Evangelio es siempre una ¨buena noticia¨. Pero, en el Tiempo Pascual, ¡más que nunca! En el cuarto Domingo de Pascua, la Madre Iglesia, para llenarnos de luz y de gozo, nos hace meditar la parábola del Buen Pastor, como resumen y comentario de la historia de la Salvación.
La imagen del Buen Pastor era bien conocida por el pueblo judío, que se sentía feliz y orgulloso de tener al Señor como su guía y protector, es decir, como su ¨Pastor¨, según repetían los profetas: Isaías, Jeremías, Ezequiel, Miqueas, Zacarías.... También como nosotros el pueblo rezaba con tanto consuelo el salmo 22: ¨El Señor es mi Pastor, nada me falta...¨ Pero, poco a poco, la imagen patriarcal del Buen Pastor, tan cercana al corazón de un pueblo de pastores, se había transformado, por circunstancias históricas, en la figura de un ¨Rey¨ vencedor y libertador.
Cristo viene a precisarnos que él no a venido a castigar o a condenar sino a dar vida, y vida en plenitud; mejor, a darnos su misma vida. Esta es la cumbre del amor, ya que ¨no hay amor mas grande que dar su propia vida por los que amamos¨ - dijo Él mismo. En el pasaje conclusivo de la parábola, que se lee este domingo del ciclo C, Jesús recalca la primera manifestación de amor, que es ¨conocer¨ a la persona amada.
¨Conocer¨, en el sentido bíblico, comporta una relación profunda de amor. Así es el conocimiento que Dios tiene de nosotros; no el conocimiento frío de un intelectual, o el conocimiento técnico de un experto, sino el conocimiento amoroso de una madre, que conoce íntimamente a su criatura y siente lo que le pasa, y sufre con ella. Es precisamente esta la imagen que encontramos en la Biblia.
Jesús, para expresar su gran amor por nosotros, nos asegura que Él nos conoce. Se compara al buen pastor que conoce a sus ovejas y las llama por sus nombres, y ellas lo siguen, porque conocen su voz.
¡Qué gozo y qué consuelo ser conocidos por Jesús, nuestro Señor, nuestra guía, nuestro Maestro, nuestro Hermano y Amigo: Ser conocidos por Quien puede y quiere ayudarnos!
Muchas veces, lamentamos que no haya comprensión en este mundo. Y es verdad. A veces, los padres no saben comprender a sus hijos, ni los hijos a sus padres; los jóvenes no comprenden a los ancianos, ni los ancianos a los jóvenes; los ricos no comprenden a los pobres, ni los pobres a los ricos; no hay comprensión entre las naciones, entre familias, entre individuos. Vivimos muchas veces juntos sin conocernos y por eso, sin amarnos.
Jesús sí nos conoce, conoce nuestro corazón y nuestra alma, conoce nuestras aspiraciones mas intimas, que Él sólo puede satisfacer, conoce nuestras heridas y enfermedades mas ocultas que Él sólo puede sanar, conoce nuestra sed de amor que Él sólo puede saciar. Debemos ser felices que Jesús nos conozca y no debemos angustiarnos si, muchas veces, los hombres nos ignoran. Nos conoce Jesús, y eso debe bastarnos.
Santa Teresita, cuando era una niña, mirando en el cielo una constelación que le parecía una T decía feliz a su padre: ¨Mira para mi nombre esta escrito en el cielo¨. Más bien todos nosotros deberiamos alegrarnos que nuestros nombres esten escritos en el Corazón de Jesús.
P. ALFIO GIORGI
PEDRO LLORÓ Y FUE PERDONADO
En la tercera aparición a sus apóstoles, a 150 kilómetros de Jerusalén, en el lago de Genesaret Jesús enseña cómo se quiere y se perdona. Pedro había recibido una misión. Había negado tres veces al maestro. Otro le hubiera quitado la confianza. No sirve ni para barrer la iglesia. Jesús mantiene su palabra. Nuestro primer Papa es un renegado. Pero arrepentido. Lucas 22, 62: Y, saliendo fuera, Pedro rompió a llorar amargamente. Tal vez dudó de su vocación.
Pedro, reunido con Tomás, Natanael, Santiago, Juan y otros dos discípulos dice: «me voy a pescar». ¿Era una señal de que Pedro no se sentía ya digno de su vocación y misión, o que había que pescar para comer? ¿Cómo podía ser él Petrus¸ la piedra o roca sólida sobre la cual Cristo habría de edificar su Iglesia, cuando se había mostrado tan frágil aquella noche en que lo negó tres veces, con juramento y lisuras? ¿No estaría Pedro decepcionado de sí mismo? ¿Cómo podía ser digno de tal vocación y misión, o la roca sobre la que el Señor levantaría su Iglesia? ¿Y cómo lo verían y pensarían los demás Apóstoles? Con esta herida en su alma, con esta frustración y decepción de sí mismo, con esta sensación de indignidad ante el encargo recibido, ¿no sería mejor volver a su antiguo oficio? Mejor quedarse de pescador.
Después de no pescar toda la noche, Pedro y compañeros ven un hombre que les aconseja echar las redes «a la derecha de la barca» (Jn 21,6). Y comprendieron: « ¡es el Señor!». Pedro, apasionado, vehemente, impulsivo como siempre, se ciñó la túnica y se lanzó al agua.
Ya en la orilla el Señor prepara unos peces asados para los apóstoles. Después del desayuno se dirige a Pedro para hacerle tres veces la pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?... ¿Me amas?... ¿Me quieres?». A cada afirmación de Pedro, el Señor le responde: «Apacienta mis corderos... pastorea mis ovejas... apacienta mis ovejas».
Luego de su triple negación quiso el Señor hacerle a Pedro la triple pregunta sobre su seguimiento, para reafirmar su llamada (Jn. 21,22) de apacentar y pastorear su rebaño. Pedro comprendía entonces que el amor cubría todos sus pecados (ver 1Pe 4,8) y que ni su vocación ni su misión quedaban canceladas por su triple negación. Él, la piedra elegida por el Señor (ver Mt 16,18), debía aceptar que era débil, como un vaso de barro (2Cor 4,7).
Debía comprender que para llevar a cabo su misión no debía ser con soberbia, sino con la gracia y el amor al Señor. El amor que el Señor le pide es «más que estos», mayor que cualquier dificultad, un amor más allá de todo miedo y vergüenza, asustado como había sucedido en casa de Pilatos, y ser su primer Vicario hasta dar la vida por Jesucristo.
Recopilación y comentario
P. FRANCISCO DOMINGO
Pedro, reunido con Tomás, Natanael, Santiago, Juan y otros dos discípulos dice: «me voy a pescar». ¿Era una señal de que Pedro no se sentía ya digno de su vocación y misión, o que había que pescar para comer? ¿Cómo podía ser él Petrus¸ la piedra o roca sólida sobre la cual Cristo habría de edificar su Iglesia, cuando se había mostrado tan frágil aquella noche en que lo negó tres veces, con juramento y lisuras? ¿No estaría Pedro decepcionado de sí mismo? ¿Cómo podía ser digno de tal vocación y misión, o la roca sobre la que el Señor levantaría su Iglesia? ¿Y cómo lo verían y pensarían los demás Apóstoles? Con esta herida en su alma, con esta frustración y decepción de sí mismo, con esta sensación de indignidad ante el encargo recibido, ¿no sería mejor volver a su antiguo oficio? Mejor quedarse de pescador.
Después de no pescar toda la noche, Pedro y compañeros ven un hombre que les aconseja echar las redes «a la derecha de la barca» (Jn 21,6). Y comprendieron: « ¡es el Señor!». Pedro, apasionado, vehemente, impulsivo como siempre, se ciñó la túnica y se lanzó al agua.
Ya en la orilla el Señor prepara unos peces asados para los apóstoles. Después del desayuno se dirige a Pedro para hacerle tres veces la pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?... ¿Me amas?... ¿Me quieres?». A cada afirmación de Pedro, el Señor le responde: «Apacienta mis corderos... pastorea mis ovejas... apacienta mis ovejas».
Luego de su triple negación quiso el Señor hacerle a Pedro la triple pregunta sobre su seguimiento, para reafirmar su llamada (Jn. 21,22) de apacentar y pastorear su rebaño. Pedro comprendía entonces que el amor cubría todos sus pecados (ver 1Pe 4,8) y que ni su vocación ni su misión quedaban canceladas por su triple negación. Él, la piedra elegida por el Señor (ver Mt 16,18), debía aceptar que era débil, como un vaso de barro (2Cor 4,7).
Debía comprender que para llevar a cabo su misión no debía ser con soberbia, sino con la gracia y el amor al Señor. El amor que el Señor le pide es «más que estos», mayor que cualquier dificultad, un amor más allá de todo miedo y vergüenza, asustado como había sucedido en casa de Pilatos, y ser su primer Vicario hasta dar la vida por Jesucristo.
Recopilación y comentario
P. FRANCISCO DOMINGO
Reconciliación, Regalo de Jesucristo
Se le denomina sacramento de reconciliación porque da al pecador el amor de Dios que reconcilia: «dejaos reconciliar con Dios» (2 Cor. 5, 20). El que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor: «ve primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt. 5, 24).
El sacramento de la Penitencia está constituido por el conjunto de tres actos realizados por el penitente:
1. El arrepentimiento,
2. La confesión y
3. El propósito,
4. Y uno, por parte del sacerdote: la absolución.
Los fines de la reconciliación, la confesión, la conversión, son maravillosos:
1) Perdón de los pecados y
2) Conocimiento propio y
3) Humildad.
4) Búsqueda de orientación.
5) La reconciliación con Dios por la que el penitente recupera o aumenta la gracia.
6) La reconciliación con la Iglesia.
7) La remisión de la pena eterna contraída por los pecados mortales.
8) La remisión, al menos en parte, de las penas temporales, consecuencia del pecado.
9) La paz y la serenidad de la conciencia, y el consuelo espiritual.
10) Fuerza espiritual para el combate cristiano.
P. FRANCISCO DOMINGO
GRUPO BIBLICO
Si deseas conocer más de la Biblia te invitamos a participar los días Jueves de 7:30 á 9:30 pm y los sábados de 5:00 pm a 7:00pm
Te esperamos
Suscribirse a:
Entradas (Atom)