En la tercera aparición a sus apóstoles, a 150 kilómetros de Jerusalén, en el lago de Genesaret Jesús enseña cómo se quiere y se perdona. Pedro había recibido una misión. Había negado tres veces al maestro. Otro le hubiera quitado la confianza. No sirve ni para barrer la iglesia. Jesús mantiene su palabra. Nuestro primer Papa es un renegado. Pero arrepentido. Lucas 22, 62: Y, saliendo fuera, Pedro rompió a llorar amargamente. Tal vez dudó de su vocación.
Pedro, reunido con Tomás, Natanael, Santiago, Juan y otros dos discípulos dice: «me voy a pescar». ¿Era una señal de que Pedro no se sentía ya digno de su vocación y misión, o que había que pescar para comer? ¿Cómo podía ser él Petrus¸ la piedra o roca sólida sobre la cual Cristo habría de edificar su Iglesia, cuando se había mostrado tan frágil aquella noche en que lo negó tres veces, con juramento y lisuras? ¿No estaría Pedro decepcionado de sí mismo? ¿Cómo podía ser digno de tal vocación y misión, o la roca sobre la que el Señor levantaría su Iglesia? ¿Y cómo lo verían y pensarían los demás Apóstoles? Con esta herida en su alma, con esta frustración y decepción de sí mismo, con esta sensación de indignidad ante el encargo recibido, ¿no sería mejor volver a su antiguo oficio? Mejor quedarse de pescador.
Después de no pescar toda la noche, Pedro y compañeros ven un hombre que les aconseja echar las redes «a la derecha de la barca» (Jn 21,6). Y comprendieron: « ¡es el Señor!». Pedro, apasionado, vehemente, impulsivo como siempre, se ciñó la túnica y se lanzó al agua.
Ya en la orilla el Señor prepara unos peces asados para los apóstoles. Después del desayuno se dirige a Pedro para hacerle tres veces la pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?... ¿Me amas?... ¿Me quieres?». A cada afirmación de Pedro, el Señor le responde: «Apacienta mis corderos... pastorea mis ovejas... apacienta mis ovejas».
Luego de su triple negación quiso el Señor hacerle a Pedro la triple pregunta sobre su seguimiento, para reafirmar su llamada (Jn. 21,22) de apacentar y pastorear su rebaño. Pedro comprendía entonces que el amor cubría todos sus pecados (ver 1Pe 4,8) y que ni su vocación ni su misión quedaban canceladas por su triple negación. Él, la piedra elegida por el Señor (ver Mt 16,18), debía aceptar que era débil, como un vaso de barro (2Cor 4,7).
Debía comprender que para llevar a cabo su misión no debía ser con soberbia, sino con la gracia y el amor al Señor. El amor que el Señor le pide es «más que estos», mayor que cualquier dificultad, un amor más allá de todo miedo y vergüenza, asustado como había sucedido en casa de Pilatos, y ser su primer Vicario hasta dar la vida por Jesucristo.
Recopilación y comentario
P. FRANCISCO DOMINGO