EN EL UMBRAL DEL AÑO DE LA FE

Sucede hoy con frecuencia que los cristianos siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no solo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados en ella, y no parece que sea si en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas”.


Este fino y penetrante diagnostico de la situación en que se encuentra la fe en amplios sectores de la sociedad actual, esta en la base de un s decisión de gran calado que ha tomado Benedicto XVI: convocar a un “Año de la Fe” desde el próximo 11 de octubre hasta el 24 de noviembre de 2013, Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.

El 11 de octubre es una fecha que trae a la memoria dos acontecimientos eclesiales de excepcional importancia: el comienzo del Concilio Vaticano II (1962) y la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica (1992). El Papa actual lo sabe muy bien, porque estuvo presente, como teólogo, en el Concilio Vaticano II y a él encargó el Beato Juan Pablo II el seguimiento y supervisión del Catecismo.

Es pues, un experto en ambos asuntos y conoce perfectamente la importancia que tienen para la revitalización de la fe del mundo moderno y de la misma Iglesia. Por eso, quiere que a lo largo de este Año de la Fe uno y otro sean libros de cabecera de obispos, sacerdotes, religiosos y seglares comprometidos.

Sin embargo, el objetivo principal del Año de la Fe no es conocer la doctrina y el espíritu que anima ambos documentos. Siendo muy importantes los contenidos de la fe, mas aun, indispensables para la existencia de la misma fe, Benedicto XVI va más lejos, y desea que el Año de la Fe “suscite – son sus palabras- en todo el creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción... ocasión propia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, de modo especial, en la Eucaristía”, de modo que “el testimonio de la vida de los creyentes sea cada vez mas creíble””. Dicho más brevemente, lo que el Papa nos propone para este Año de la Fe es “redescubrir los contenidos de lea fe profesada, celebrada, vivida y rezada” y “reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree”.

Pero ni siquiera esta es su meta última, la meta final es redescubrir el gozo de sentirnos cristianos, y, como consecuencia, la necesidad imperiosa de comunicar nuestra fe a los demás. De tal modo que, si este objetivo no se alcanza, la clausura del Año de la Fe será una invitación a proseguir el camino, hasta alcanzar el objetivo.

Esa meta queda más perfilada en estas palabras que el Papa escribió en su primera encíclica y que nunca podemos olvidar: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Y ESA PERSONA NO ES OTRA QUE JESUCRISTO.

Si nos encontramos personalmente con Él a lo largo del Año de la Fe, éste habrá logrado su objetivo en cada uno de nosotros. En cambio, si tal encuentro no se realizara, la situación de nuestra fe personal permanecería invariada y, quizás, desnortada. Por eso, todas las propuestas, objetivos y acciones que programemos a todos los niveles: diocesano, parroquial, grupal, han de estar encaminadas, en última instancia, a provocar un encuentro personal con Cristo, que nos lleve a experimentar el gozo de sentirnos discípulo y nos impulse a la alegría de ser sus apóstoles.

Por: Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos